“NO TE JACTES DE LA VICTORIA HASTA CUANDO LA HAYAS OBTENIDO” 1 REYES 20:11

30.03.2012 23:55

Hace algunos años conocí a un padre cristiano, el cual desde el púlpito era fustigado por un predicador porque según él era permisivo con sus hijos. Un día cansado de tan repetitiva acusación le dijo al predicador: -el cual era padre de dos niños- hermano; “Espérate...a ver que sucede” Rut 3:18 NVI.

 

Y lo que sucedió diez años después fue que los hijos del predicador fueron una vergüenza para sus padres.

 

Dejo constancia que el padre que había sido acusado por el predicador nunca recriminó a este por un juicio desamorado que en última instancia se volvió contra el acusador.

 

  1. Al  recibir al Señor hemos tomado las armas de una milicia espiritual y por lo mismo nuestras armas no son de este mundo. Esta guerra y plan de combate se desarrolla en la esfera del espíritu y en un plano de poderes, autoridades, potestades y dominios en los cuales solo Cristo nos puede dar la victoria.  Aquí no hay lugar para la jactancia en relación con los fracasos de un hermano. No compremos la silla sino cuando tengamos con que comprar el caballo. En esta lucha Efesios 6: 10-18 solo debe haber humildad y gratitud para con aquel que nos compró con su sangre.

Existen iglesias, como creyentes cuya arrogancia es manifiesta, siempre  nos están hablando de su sana doctrina y sus “brillantes” victorias  al compararse con otros.  Reconozco que la sana doctrina nos libra de herejías, es indispensable; pero lo malo es el orgullo, la vanagloria. La palabra nos confronta: “¿Que tienes que no hayas recibido?  Y si lo recibiste, ¿por que presumes como si no te lo hubieran dado?”.  Y sentencia:Toda jactancia es mala”. 1 Corintios 4:7.  Santiago 4:16 NVI.

La lucha no ha terminado, no es el momento de dejar las armas y por lo mismo debemos reconocer nuestra debilidad personal. Solo Él es nuestro sostén, fortaleza y refugio.  Jeremías 16:19.  ¡Debemos reconocer que no somos superiores a otros!.  ¡Cuan contemporáneas son las palabras del Apóstol inspirado: “Examínense para ver si están en la fe.  Pruébense a si mismos”. 2 Corintios 13:5 NVI!.

Cuando un hermano falla, mucho cuidado con el dedo acusador. Nuestra guerra espiritual no ha terminado y en la próxima confrontación podemos ser vencidos si el enemigo nos encuentra con la espada envainada.

¡Cuidado con el juicio inmisericorde hacia otros! Romanos 12:3.

Sobre el peligro de juzgar a otros basándonos en las apariencias y creer que seremos vencedores porque estamos mejor preparados dando por hecho la victoria sin haber entablado batalla, nos puede llevar al fracaso en cualquier área de servicio al Señor; ya sea en la iglesia, la familia o nuestra vida personal de comunión con el Señor, etc.

 

  1. El Señor trajo a mi mente una historia del pasado la cual esta registrada en 1 Reyes 20:1-21.  Ben-adad  poderoso Rey Sirio había mandado a decir al Rey Acab: -Acab gobernada una parte del pueblo Judío desde Samaria y contaba con un pequeño ejército de 7232 hombres- “...El polvo de Samaria no bastará a los puños de todo el pueblo que me sigue”, a lo cual responde Acab: Decidle que no se alabe tanto el que se ciñe las armas, como el que las desciñe”. El Rey Sirio dio por hecho la victoria de su ejército -cual era enorme en comparación al de Israel- sin haber todavía entablado batalla. El final de esta historia es que Dios le dio la victoria a Israel, porque el Sirio menospreció al pequeño ejército Hebreo y sobrevaloró con altivez al suyo.

Para mí la lección es clara: Guardémonos de juicios ligeros sobre hermanos o congregaciones que consideramos por una u otras razones inferiores a nosotros y a nuestra Iglesia.  El poder de una Iglesia  o de un creyente no radica en su tamaño, conocimiento, teología o abundancia de recursos; se e

La jactancia y la soberbia hijas del orgullo, aleja de Dios y de los hombres.  Los creyentes sabemos su origen, consecuencia y fin, Ezequiel 28:11-17, Isaías 14:12-15, Proverbios 6:16-17.  “Porque los que se creen grandes serán humillados; y los que se humillan serán enaltecidos”.  Sentenció el Señor Jesús. Mateo 23:12 LBD.

 

Decíamos en el anterior parte de este artículo que los creyentes formamos parte de las milicias espirituales del Señor Jesucristo, y como consecuencias de esa militancia, el Señor ha puesto a nuestra disposición un equipo de defensa y dos armas de ataque: las Sagradas Escrituras y la oración -que también son de defensa-. Nuestra guerra es diaria contra “...Poderes, autoridades, potestades y dominios en el mundo invisible de las tinieblas” y por la naturaleza espiritual de esta guerra, se nos exhorta a  fortalecernos,  “...Con el gran poder del Señor para poder....hacer frente a las artimañas del diablo.  Porque nuestra lucha no es contra seres humanos  sino contra poderes...malignos en regiones celestes”. Efesios 6: 10-18 NVI.

 

¡Cuántas veces hemos sido derrotados por el enemigo de nuestras almas -y no nos hemos dado cuenta- por enfrentarlo con armas forjadas en los talleres de la cultura, psicología y sobre todo de nuestra autosuficiencia!. 

Cuanto bien nos haría ir en esta lucha con el Espíritu con que David enfrento al gigante Goliat.  “Tu vienes contra mi con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso el Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado”. Creo que la analogía es pertinente; David, fue hacia Goliat con fe en el Dios Todopoderoso de que el Señor le daría la victoria. ¡Y derrotó al guerrero más poderoso de su tiempo! 1 de Samuel 17:45 NVI.

Se nos ordena; no es opcional, “...Fortalézcanse con el gran poder del Señor.  Pónganse toda la armadura de Dios...para que cuando llegue el día malo puedan resistir hasta el fin con firmeza”.  A todos nos llegan días malos o tiempos difíciles: pérdidas que desgarran el corazón, desafíos de situaciones complejas que nos dejan exhaustos, y tentaciones que ponen a prueba nuestro carácter, nuestra fe.

El Señor ha traído a mi corazón algunas reflexiones que quiero compartir con el amado lector/a.

  1. Mi lucha contra la pretensión de exigir perfección a todos los convertidos.

Recién convertido creía sinceramente que todos los creyentes se habían despojado de maldad. En mi inmadurez e ingenuidad veía a los hermanos como personas casi perfectas ajenas a las iras descontroladas, a los celos carnales, a las destructivas murmuraciones, al apego a los bienes materiales, la avaricia, al ansia de dominio y poder a nivel profesional y eclesial, al egocentrismo, al terrible pecado del fanatismo religioso que en mi niñez observé en un sector de la iglesia de mi madre en que se le negaba el trato y hospitalidad a los llamados protestantes. Años después de mi conversión descubrí con tristeza que hay creyentes que tienen el mismo espíritu de aquellos religiosos que conocí en mi niñez. La intolerancia es lo contrario al amor.

Al poco tiempo de mi conversión pude ver algunos de esos males en varios hermanos/as ¡Y en mi !.  En esta área mi joven fe fue probada. ¡Como hacen de daño los antitestimonios!. Lo anterior impactó mi corazón.  Dios en su misericordia me enseñó por su palabra que en la Iglesia abundan los niños espirituales y los creyentes maduros.   

En medio de estos dos grupos hay muchos creyentes en diferentes niveles de crecimiento espiritual.  Pude ver que los hijos de Dios con alto grado de compromiso son pocos 1 Corintios 3:1:1-3.

Judas 4, nos enseña que en  las iglesias hay falsos creyentes. Por su palabra pude aprender que todos los hijos de Dios empezamos como discípulos en una especie de “jardines infantiles” que Él ha preparado con el propósito de que con el tiempo y la ayuda de hermanos maduros vayamos creciendo en Amor y Conocimiento para ser en el futuro promovidos a grados superiores de consagración y servicio. No existen caminos fáciles e inmediatos hacia la madurez espiritual; es una tarea larga y muy difícil.

En 55 años de andar en pos de Cristo he experimentado que el camino hacia la madurez no es cuestión de fórmulas, es un andar diario con Jesús. Ella se va experimentando gradualmente en la medida que deseamos sinceramente obedecer al Señor en el área y dimensión en las que Él desea que vivamos, sirvamos y amemos.

Cuando respondemos a su voluntad positivamente, persistentemente y con espíritu humilde comenzamos a madurar.  La madurez espiritual es un proceso que termina con la muerte.

Estoy aprendiendo -nunca dejamos de aprender- que Dios odia ese cáncer espiritual que Él llama pecado.   Que Su Corazón de Amor sufre por nuestros desvaríos, pequeñeces, dureza, obstinación y desamor; pero que espera con paciencia que usted y yo con el poder de Su Espíritu reconozcamos con sinceridad que nuestro carácter necesita ser tratado todos los días por Él.  ¿Se lo permitimos?

Él espera que no nos estanquemos espiritualmente sino que maduremos en lo profundo de nuestro ser -hasta que gradualmente unos más, otros menos, cada persona es distinta-.

Reflejemos el amor del que vive en nuestros corazones, amor divino, sobrenatural que no fue escrito en 1 Corintios 13 con el propósito de ser grabado en un hermoso cuadro para adornar los hogares de los creyentes, sino para que nosotros pueblo de Dios lo llevemos grabado en nuestras vidas y lo hagamos sentir en el hogar, la Iglesia y comunidad: “El amor es paciente, bondadoso. El amor no es envidioso, ni jactancioso, ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, 1 Corintios 13:4-7 NVI.

Estoy lejos como usted de reflejar en su totalidad amor tan sublime, me esfuerzo en ir día a día en esa dirección; por lo mismo no me atrevo a juzgar con dureza el desamor de otros; en mi debilidad humana me veo reflejado en la imperfección de otros. Dios me anima a reflejar a Cristo y a mirar con comprensión y gracia -sin aprobar lo malo- a mi hermano.  El Señor quizá me llame a su presencia muy pronto, tengo que dar cuenta de mi mayordomía -no la de otros-.

No he terminado la carrera, no han concluido las batallas. No puedo decir como Pablo que he guardado la fe.  No es hora de descansar y por lo mismo tomo las palabras del Rey Acab como dirigidas a mí en pleno siglo XXI, “no se alabe tanto el que se ciñe las armas como el que se las desciñe” 1 Reyes 20:11

El día que mi cuerpo esté en el umbral de las sombras de la muerte me las desceñiré y con la ayuda de mi precioso salvador podré decir:  “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe” 2 Timoteo 4:7 NVI

Doy final a esta reflexión teniendo presente para mi vida la oración del Rey David: “¿Quien está consciente de sus propios errores? ¡Perdóname aquellos de los que no soy consciente! Libra además a tu siervo de pecar a sabiendas...” Salmo 19:12-13NVI.

Decía que recién convertido Cristo creía en mi infancia espiritual, que todos los seguidores de Cristo eran personas impecables y por lo mismo me escandalizaba cuando veía a algunos hijos de Dios hacer cosas incorrectas. Los juzgaba con dureza. No comprendía la condición humana de un hijo de Dios, el cual es un pecador arrepentido que ha sido llamado como discípulo a vivir una vida nueva para la cual Dios mismo nos va preparando hasta que nos llame a su presencia. Eclesiastés 7:20, 1Juan 1:8-10. No sabía que la santificación práctica es un proceso continuo hasta que el Señor nos lleve. El peligro de dicha interpretación es que uno se convierte en juez de pecados ajenos y lo anterior lo hace ciego de los propios.  

Un día el Señor me dio luz sobre mi propia condición a la luz de Mateo 7:1-5, es como si me dijera: “Yo soy el que perfecciono; no tu con tus críticas desamoradas.” Filipenses 1:6

Lo que me pasaba -y le pasa a muchos- es que daba por sentado victorias en mi vida antes de entrar en batalla.

Tenemos el privilegio, cuando un creyente actúa mal, en llamar al hermano con espíritu humilde y corazón compasivo y amonestarlo a solas considerándonos a nosotros mismos, 1Corintios 10:17. En estos casos supliquemos al Señor que nos de un corazón tierno, si no hay respuesta positiva dejemos el juicio a la iglesia y al Señor, ella y él son los llamados a aplicar disciplina.  

¡Que poco conocía y comprendía en mi niñez espiritual el poder del pecado y la profundidad de un corazón jactancioso!. Pero también el poder de la gracia de un Dios transformador que va moldeando al través del tiempo nuestro carácter hasta plasmar en cada hijo suyo la imagen de su Hijo Jesucristo. “…y el Espíritu del Señor nos va transformando y cada vez nos vamos pareciendo más a El.” 2Corintios 3:18. LBD.  

También debemos tener presente que en las iglesias locales hay cristianos que no han experimentado el nuevo nacimiento. Juan 3:3. Muchas de estas personas hacen mucho daño en las iglesias locales y a la causa de Cristo en general. Destruyen mucho bien. Su fin será perdición eterna. La escritura los describe “…como nube sin agua…como árboles sin fruto…como olas del mar turbulento. Como estrellas…errantes que les espera la lobreguez eterna que Dios les tiene preparada.” Judas 12 LBD.

¡Que Dios nos libre de tal clase de personas!. Algunos de ello/as frecuentan ir a cultos y hasta son bautizados, pero no han experimentado la regeneración del Espíritu Santo en sus corazones. Dicen conocer la verdad, y es posible que la conozcan intelectualmente pero no la han creído de corazón. “…en los últimos tiempos va a ser muy difícil ser cristiano. La gente amará solo el dinero… irán a la iglesia, si, pero en el fondo no creerán lo que oyen. Un día el engaño quedará al descubierto” 2Timoteo 3:1,5.9 LBD.  

Que el Señor nos ayude a ser victoriosos, prudentes, sabios y amorosos. Tengamos muy presente la amonestación apostólica, “…andad en amor…pero entre ustedes ni siquiera  debe mencionarse la fornicación, ninguna clase de impureza o avaricia…ni palabras deshonestas, ni necedades,…sino antes bien acciones de gracia. Porque en otro tiempo erais tinieblas, más ahora sois luz en el Señor, andad como hijos de luz” Efesios 5:2-8.

ncuentra en la humildad, en el reconocimiento de que otros son superiores a nosotros.  Tal fue el caso del Rey Acab ante las exigencias del Rey Sirio: “...El Rey de Israel respondió...como tú dices, Rey y Señor Mio, yo soy tuyo y todo lo que tengo” 1 Reyes 20:4. Respetemos los ministerios de los hermanos aún sabiendo que en algunos casos la soberbia los corona. El juicio es de Él.

Esperemos el fin del asunto, no adelantemos juicios.

Cuando un hermano cae, la crítica estorba la restauración y esa crítica en el futuro se puede volver contra nosotros “porque si alguno está firme mire que no caiga”.

Señor:  cierra nuestro corazón al orgullo religioso. No somos sino siervos inútiles. Todo don y talento viene de ti. “...No se alabe tanto el que se ciñe las armas, como el que las desciñe” 1 Reyes20:11

2. MI LUCHA PARA SERVIR AL SEÑOR EN EL MARCO DE LA IGLESIA LOCAL

Ser miembro de la iglesia universal es un gran honor. Solo los hijos de Dios renacidos del Señor Jesucristo y de su palabra tenemos ese inmerecido privilegio, 1 Pedro 1:3. Como nos es imposible servir en todas las iglesias locales, el Señor ha dispuesto que lo hagamos en la iglesia con la cual nos hemos identificado en el lugar donde vivimos. Es a nivel local que la inmensa mayoría de los creyentes tenemos el privilegio de crecer y desarrollar los dones que el Señor nos ha dado con el propósito de edificar al pueblo de Dios. Servir al pueblo de Dios es un honor que trae gran satisfacción espiritual, pero a su vez dolor, tristeza y lágrimas. Si tú estás en algún área de servicio, recuerda que no todos te lo agradecerán ni compensarán con amor y gratitud. Pablo lo experimentó con los hermanos de Galacia. Gálatas 4:19, 2 Timoteo1:15.

Hace muchos años me equivoqué al juzgar con dureza a hermanos que ejercían diferentes ministerios, lo anterior se debía a que ellos como seres humanos, a veces se equivocaban o tenían algún defecto en su carácter. Yo pensaba: “el día que el Señor me ponga al frente de algún ministerio no cometeré errores”. Toda jactancia es mala dice el Señor, El amor… es bondadoso…no es…jactancioso ni orgulloso.” 1 Corintios 13:4. Años después el Señor me puso al frente de una obra y pude comprender que era más débil que aquellos que critiqué en el pasado, he ido aprendiendo que un Pastor solo puede ser de utilidad en las manos del Señor en la medida que el se deje ministrar por Cristo el Pastor eterno, …les ruego esto: cuiden como pastores el rebaño de Dios (no el nuestro) que está a su cargo…no sean tiranos con los que están a su cuidado…” 1Pedro 5:1,3 NVI. Cuando uno exige perfección, uno ejerce tiranía. Cuán contemporáneas son hoy para mí las palabras de Acab a Ben-Adad: Decidle que no se alabe tanto el que se ciñe las armas, como el que las desciñe” 1Reyes 20:11, y yo y ud. No nos las hemos quitado ¿verdad?.

Porque la batalla espiritual será hasta que el nos lleve. Es frecuente en algunos ministerios que el Señor no puede bendecir a los que vienen a nosotros en busca de ayuda porque nuestra personalidad no refleja comprensión, sabiduría y compasión. Soy testigo de que hermanos débiles han sido alejados de Cristo por aquellos que el Señor a puesto para atraer, ministrar y confirmar. Cuantas veces respondemos a la ofensa, maltrato, desamor y  orgullo con las armas innobles de nuestra naturaleza caída. Al enojo con ira, a los celos carnales con altanería y reclamos salidos de tono. A la avaricia con acusaciones y críticas destructivas, a los dominantes y manipuladores con amargo rencor, por aquello de que “yo no me humillo sino ante el Señor”.Al fanatismo y legalismo con ausencia de amor que se manifiesta en fría indiferencia, creemos que nuestro enemigo es carne y sangre sin caer en cuenta que ese enemigo es nuestro propio corazón, Jeremías 17:9 y que nuestra lucha es con entidades espirituales perversas y malvadas …que dominan este mundo de tinieblas… en las regiones celestes” Efesios 6:12.

Tu que deseas un ministerio, quizá un pastorado -o ya lo ejerces- y le dices a tu corazón “deseo ser útil al Señor y a los demás” no des un paso al frente hasta que el Señor confirme tu propósito. Pregúntate: “¿Cual es el motivo que me anima a servir en este ministerio?.” Al salir al campo de batalla recuerda que él es quien llama para poner al frente de un ministerio y si tu crees que ya estás un ciento por ciento capacitado ten presente que el primer requisito es la humildad, que no podemos cambiar ni envainar la espada, ni olvidar la oración en el Espíritu. Que no es una lucha para escalar posiciones de mando, ni para lucirnos como buenos oradores en público, menos para descalificar a otros Hijos de Dios, tampoco es una competencia entre marcas religiosas. Es una lucha contra el mal, contra nuestra tendencia al pecado, contra un mundo que yace en el maligno, contra seres espirituales que viven en las tinieblas y que tratan de capturar nuestra mente. Efesios 6:10-12. En el día malo, verso 13.

A veces escucho a creyentes que proclaman a los cuatro vientos su “última revelación del Señor.”.  Ojalá pudieran decir humildemente como el profeta: No me engreí a causa de tu profecía…o como David: Señor, mi corazón no es orgulloso, ni altivos mis ojos…” Jeremías 15:17, Salmo 131:1

Por la experiencia de tantas equivocaciones en el pasado y a la luz de La Palabra inspirada puedo estarle diciendo a mi corazón constantemente cuando muy de tarde en tarde recibo un elogio por “mi humildad y capacidad, según algunos, de vivir piadosamente”, “Tulio: no cantes victoria antes de tiempo. Cuando siento impulsos de criticar, juzgar y condenar al hermano débil o caído, me digo a mi mismo.”, “…espérate…hasta que sepas como se resuelve el asunto…Rut 3:18.

n mis anteriores reflexiones decía: que hubo un tiempo – en mi infancia espiritual- en que yo creía que una persona seguidora de Cristo era casi impecable. Este enfoque doctrinal trajo problemas a mi corazón, problemas de dureza que rayaban en el despotismo espiritual al tratar con los hermanos que por alguna razón estaban lejos del Señor.

¡Como ignoraba la maldad de mi propio corazón! Jeremías 17: 9-10, y la capacidad que tiene nuestra naturaleza caída de disfrazar el orgullo fariseo con la falsa careta de la santidad; porque allá en lo profundo de mi corazón el Espíritu Santo me decía: “tú no eres mejor que el hermano del hijo prodigo”  Lucas 15:25-32.

¡Como tenemos que aprender del Señor lecciones de humildad, no somos mejores que otros!

No sé por qué pero esa noche, hace muchos años en que confronte a una hermana que había calumniado a otra dejándose guiar por las apariencias, la confronté lleno de ira y casi con violencia; El Señor me dijo: “No eres mejor, eres peor que ella” y me guió a Romanos 2:1-2; allí El quebranto mi orgulloso corazón, ¡como nos falta estar más a los pies de Jesús, como María! Lucas 10:38, 41,42; 1Corintios 10:12.

Con lo anterior no estoy enseñando que el pecado es algo liviano a los ojos de Dios; el hecho de la cruz nos dice con claridad como lo ve Él, pero si ÉL tuvo y tiene compasión por los hijos pródigos, ¿Quién era yo para desecharlos y no tener para ellos una actitud de misericordia? Colosenses 3: 12-14.

El problema con nosotros cuando nos convertimos en jueces es que inconscientemente no solo repudiamos el pecado en otros, sino, también al trasgresor.

Hay - pienso yo- varias razones de peso por las cuales Dios limita nuestros juicios hacia los demás:

1.  - Nuestra incapacidad humana para discernir, comprender y evaluar el ser interno de otras personas. Nos es imposible hacer juicios justos, equilibrados, armoniosos y menos aun amorosos, cuando hacemos el papel de Dios.

2.  - Las variantes de los seres humanos en cada personalidad, psicológicas, culturales y personales, son tan diferentes en cada uno de nosotros, que nos es imposible conocer el grado de conocimiento moral, y desarrollo espiritual que hay en corazón de cada hombre.

Quizá en esa área donde el hermano cayó, es posible que nunca fallemos, pero a la vuelta del camino podemos ser tocados en otras áreas, donde nos doblaremos como juncos, sino tenemos ojos de misericordia por los débiles y caídos. Romanos 12:3, si no hemos caído es porque Él en Su Gracia nos sostiene.

Aun hoy, a pesar de lo expuesto, siento la tentación de creer, -cuando veo en el pueblo de Dios tanta debilidad- que yo me guardaré de dar mal testimonio, y al pensar eso no lo hago con tanta humildad, por lo mismo se, que el solo pensarlo con una actitud incorrecta es vanidad. Cuando llega a mi esa clase de pensamiento, le digo a mi corazón: “……..no cantes victoria antes de tiempo” 1Reyes 20:11 (NVI).

Hace algunos años alguien me dijo, refiriéndose a un hermano de otra nacionalidad: “es un hipócrita que no aplica lo que predica”, después de pensarlo unos segundo le conteste: “quizá, no sé, pero para serte sincero y perdona mi franqueza, es posible que ni tu ni yo tampoco”.

Como comprenderá el lector, el hermano se molestó por mi respuesta un poco “diplomática”.  No nos convirtamos en jueces de pensamientos y motivaciones ajenas.

Dios tiene un tarea especialmente diseñada para cada uno de nosotros y ha puesto el anhelo en lo más profundo de nuestro corazón, ser faros encendidos que demos luz; si no honramos su llamado, es posible que estemos malgastando una preciosa energía y al mismo tiempo nos estemos malgastando no en Su Servicio sino en un mar de mezquindad, entonces seremos faros apagados. 

¡Señor líbranos de tener corazones ciegos!

Dios nos ha llamado a vivir en santidad y en justicia, expresando nuestra fe por medio del servicio, el cual debe ser hecho por amor a aquel que nos amo, “……..hasta el fin” Juan 13:1; Efesios 2:10.

Desde el principio de mi conversión el Señor me guió a entender la fe cristiana como una vida de amor, -especialmente para con aquellos que andan por el camino real de la fe en Cristo- por lo anterior mi naciente fe fue probada por el mal testimonio de una hermana que por su ligereza – guiada por las apariencias – agregó sufrimiento a la vida de una humilde hija de Dios, Marcos 9:42,50.

Fue en 1.956 que conocí en mi iglesia a una hermana, la cual por su edad, podía haber sido mi madre, el pincel del tiempo y el sufrimiento habían dejado huellas en su rostro. Sola, enferma y sin ningún bien, vivía su soledad, pobreza y enfermedad con dignidad cristiana, no permitiendo que la amargura anidara en su corazón.

Años atrás había comenzado su calvario; una triste noche, para ella, unos bandidos mataron a sus dos hijos y le tocó abandonar su rancho y huerta, mas no sus recuerdos, que la hacían llorar y que iban marcando surcos en su rostro. Buscó refugio en la ciudad, allí la Gracia de mi Señor Jesucristo la alcanzó, y su vida cambió, para la Gloria del Señor. Su testimonio era hermoso, tuve el privilegio de conocerla como una hermana llena de fe y esperanza. Tenía un problema: la artritis había inutilizado sus articulaciones, impidiéndole trabajar y por lo mismo, su sustento estaba en las manos de un hermano, el cual vivía en Canadá.

El día que la visitamos notamos que sus ojos estaban enrojecidos por el llanto, su rostro dulce y amable reflejaba tristeza, dolor… y necesidad. Hacía dos meses que su hermano no le enviaba la modesta mesada, porque según le informo él, se había enterado por medio de su esposa – la cual vivía en Colombia, y en la misma ciudad de los hechos – que ella se gastaba mal la ayuda que recibía y lo que era aun peor, que todos los domingos había sido vista llegar a su vivienda con diferentes hombres, que posiblemente eran sus amantes.

Era de conocimiento de la iglesia que varios hermanos que tenían vehículos se turnaban para llevarla a su domicilio después de los cultos dominicales, ya que la hermana vivía en un barrio lejano. Después se descubrió la verdad: la cuñada estaba celosa de la ayuda que su esposo daba a su hermana y no la quería porque nuestra hermana se congregaba en una iglesia diferente en doctrina a la de ella.

Sentí dolor, tristeza e indignación por el mal causado a una hija de Dios por otra que decía servir y adorar al mismo Dios, de la hermana agraviada.

En ese tiempo dije a mi corazón: “Señor: nunca haré nada ni diré nada que perjudique a otro”, ¿he cumplido tal promesa?, lo dudo, porque el Espíritu a través de los años me ha mostrado la profundidad del pecado en mi propio corazón.

Estoy consciente que de una forma deliberada, nunca he calumniado a otro, pero ¿acaso no pecamos cuando creemos sin pruebas lo que nos cuentan de otros, cuando aceptamos murmuraciones, suposiciones o malos entendidos de terceros?

¡Que El Señor nos ayude a no ser esparcidores de la basura moral de los pequeños corazones!; tal vez no haya un pecado más insidioso en el cual es fácil caer, que el de la maledicencia. Aquí nuestros ojos y razonamientos nos pueden dar mensajes equivocados. Ya lo dijo El Señor Jesús: “no juzguen por las apariencias, juzguen con justicia” Juan 7:24 NVI; por lo anterior tengo que estarle diciendo a mi corazón: “….No cantes victoria antes de tiempo” 1 Reyes 20:11 NVI.

El que no ama a su hermano……permanece en muerte” ¿podemos amar a nuestros hermanos y hablar mal de ellos? Escrito está “el que peca contra su hermano, contra Cristo peca” 1 Corintios 8:12; “¿por qué me persigues?” le dijo Cristo a Saulo, “en cuanto lo hiciste a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi lo hiciste”.

Una sugerencia respetuosa al hermano lector:

1.  Nunca condene a otro por un rumor, sin escuchar personalmente a la parte acusada.

2.  Selle sus labios cuando otro le dé una mala información. Asegúrese – fuera de toda duda – que lo que le cuentan es cierto, y aún así considere, si al esparcir la mala información, contribuye a la Gloria de Dios y si en su corazón hay paz en el asunto.

3.   Si al acusar a otro, así sea verdad, lo hace con espíritu de compasión, pensando que usted pudo o puede caer en un pecado similar hágalo, si no es así, calle y deje al Señor el Juicio.

Ni usted ni yo, estamos libres de lo que Cristo le dijo a los religiosos de su tiempo: “el que este sin pecado, lance la primera piedra”.  

Recuerde: la maledicencia es una “yerba” venenosa que puede destruir, no solo al que es víctima de ella, sino al que la esparce. El Señor clasificó malos pensamientos y maledicencia a la par con “homicidio, adulterios y hurtos”. No asesinemos reputaciones, no robemos la paz de otros corazones, no destruyamos hogares, no causemos división en el cuerpo de Cristo. No seamos instrumentos del príncipe del mal. “No nos dejes caer en tentación,……líbranos del maligno” Mateo 6.13 NVI.

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